Geograficando, vol. 13, nº 2, e030, diciembre 2017. ISSN 2346-898X
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Departamento de Geografía


RESEÑA/REVIEW

 

Onetto Pavez, M. (2017). Temblores de tierra en el jardín del Edén. Desastre, memoria e identidad. Chile, siglos XVI-XVIII.

Ediciones de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos. 2017. Santiago, Chile. El patrimonio de Chile. Centro de investigaciones Diego Barros Arana

 

Melina López Calvo

Dirección General de Planificación, Investigación y Desarrollo
Instituto Geográfico Nacional, Argentina
mlopezcalvo@ign.gob.ar

 

Cita sugerida: López Calvo, M. (2017). [Revisión del libro Temblores de tierra en el jardín del Edén. Desastre, memoria e identidad, por M. Onetto Pavez]. Geograficando, 13(2), e030. https://doi.org/10.24215/2346898Xe030

 

 

El autor es Doctor y Magister en Histoire et Civilisations por la École des Hautes Études en Sciences Sociales (EHESS) de París.

Temblores de tierra en el Jardín del Edén. Desastre, memoria e identidad. Chicle, siglos XVI-XVIII, es un libro que se estructura en tres partes principales, además de la “Introducción” que plantea el objeto de estudio, y de las “Consideraciones finales” que desarrollan las conclusiones del autor respecto de su estudio. Estudio que prontamente se manifiesta como extenso y profundo recorrido por la historia de su país, y como detallado relato fundamentado en el análisis de numerosísimos documentos históricos y estudios relacionados con la temática en cuestión.

En la “Introducción”, Onetto Pavez presenta la hipótesis que ha guiado su tarea como investigador a lo largo de las diversas etapas. La primera parte inicia con un interrogante: ¿es Chile una tierra de riesgos y catástrofes? Está compuesta por cuatro capítulos, subdivididos a su vez en una serie de apartados que profundizan cuestiones puntuales, relacionadas con el planteo que desarrolla cada una de estas cuatro partes. En esta primera parte, el autor analiza cuál es el origen de la concepción de Chile como una tierra de desastres, con un territorio situado en los confines del mundo y que incluso se planteó inicialmente como insular, aislado e inseguro; todas estas, concepciones que fueron trasladándose a la acción de las autoridades reales y locales, e incluso a la población que buscaba ocupar estas tierras, amenazadas de peligros tales como la piratería, los indígenas hostiles e, incluso, la naturaleza adversa que periódicamente manifestaría su animadversión aparente hacia quienes buscaban convertirse en los hijos de este Jardín del Edén en construcción.

En el análisis de los orígenes de esta noción de desastre, Onetto Pavez estudia la categorización del territorio, a través de la descripción del mismo que presentaban los documentos de la época, centrados en particular en la “mala fama” de la tierra de Chile y también de una población: “los de Chile”. A continuación, estudia la transmisión de esa fama en el contacto de la fundación de la Capitanía General de Chile, cuando la herencia de la concepción terrorífica sobre el Estrecho de Magallanes acompañó la obsesión de Valdivia por lograr la ocupación de esa región, a pesar de la memoria de expediciones previas, como la de Almagro, que resultaron pilares fundantes en esta caracterización de tierras desgraciadas.

El tratamiento de la guerra interna con el indígena, la expansión de los espacios de inseguridad a través de la fundación ilusoria de ciudades que más bien correspondían a fuertes mal defendidos, los ataques piratas y, finalmente, el “desastre de Curalaba”, que marcó un momento particular en esta guerra defensiva, fue coronado, en el sentir de los habitantes de entonces, por el “nuevo peligro para un reino infeliz: los terremotos” (p. 97). Con su carga de muertes, destrucción y ruinas, los terremotos asolaron al Chile de entonces desde el 13 de mayo de 1647, cuando se produjo el terremoto de Santiago, primer gran desastre narrado y conservado en la memoria chilena. A este gran primer desastre le seguirían, el 15 de marzo de 1657, el terremoto de Concepción, que fue acompañado de un tsunami, y el 8 de julio de 1730, un nuevo movimiento que asoló estas dos ciudades a la vez.

La catástrofe del terremoto ponía en evidencia otras catástrofes menores, como los asaltos del mar que, en ocasiones como la de 1657, seguían a los sismos, y la peste y el mal morir cristiano que acompañaba el problema de los cuerpos acumulados. La destrucción de los edificios públicos y los problemas de gestión que su reconstrucción planteaba eran tratados en los documentos que circulaban entre el Cabildo, el Gobernador y la Real Audiencia ya a mediados del siglo XVII. En este contexto, la rebaja a la Unión de Armas y la exoneración de otros impuestos se implementó como una reivindicación, al decir del autor, no solo económica sino también simbólica, así como los controles implementados al comercio de artículos básicos (cuyos precios rápidamente comenzaban a escalar con un nuevo desastre).

La situación posterior a los desastres intensificaba en los pobladores el miedo latente a los robos y ataques de los pueblos indígenas que, sin embargo, fueron asimismo sujetos que sufrieron fuertemente las consecuencias de estas mismas catástrofes. “Con esto queremos afirmar que después de 1647 la noción de catástrofe se introdujo en la esfera social, política y económica de una manera más notoria y fue utilizada como una excusa para generar o reinstalar el propio orden” (p. 143).

La segunda parte del libro, “Experiencia y discursos del desastre”, es introducida por la frase de un personaje destacado de la historia y contexto trabajado por el autor, el jesuita Lorenzo de Arizabalo. El sacerdote, con su No desmayes, pues Chile, arengaba de modo indirecto tanto a las autoridades como a la población mediante su informe sobre el estado general de la tierra de Chile. Este escrito, a modo de diagnóstico, enfatizaba, como señala Onetto Pavez, definiciones de las “desdichas” o “calamidades” que sufría este territorio y su gente.

Como señala de Arizabalo en su carta al Rey, “son la retorica más eficaz para pedir el remedio que se espera” [sic] (p.161). Los terremotos se volverán entonces una excusa para reposicionar una retórica conocida, actuando como revalidador de significados en torno a una actualización del discurso, basado en relatos contrastantes sobre lo que representaba “lo peor” (el terremoto-catástrofe) y “lo mejor” (la riqueza del espacio y geografía) del territorio chileno.

Entre los elementos analizados al tratar las escrituras de la catástrofe en Chile, se menciona también el vocabulario utilizado por los soldados, quienes escribían desde los mal llamados “fuertes” letras plagadas de palabras tales como riesgo, encierro, opresión, enfermedad, y enfatizaban así la caracterización general de la experiencia sufriente que comenzaba a transmitirse en los testimonios a lo largo del tiempo.

El vocabulario y semántica del desastre se consolida en los inicios del Reino de Chile debido a la consolidación de una escritura victimizatoria sostenida durante años. Como puede incluso verificarse actualmente, el discurso de la “estrechez”, señala el autor, ya desde entonces se afirma como uno de los ejes lingüísticos para describir la experiencia de “estar en Chile”. La experiencia del Nuevo Extremo será presentada en cartas y relatos, como el del gobernador Melchor Bravo de Saravia y Sotomayor, quien recupera los discursos construidos alrededor de figuras y experiencias como las de Almagro y Valdivia, al poner por escrito la idea del Nuevo Extremo y de la “misera tierra” [sic] (p. 179).

Este vocabulario y semántica suponen una revalidación del discurso catastrófico en el contexto de los relatos sobre los terremotos (se trata, una y otra vez, de reescribir la experiencia), de la descripción de los sonidos de la tierra que brama, como una nueva batalla, cada vez que el desastre golpea en el reino de Chile, apelando a hipérboles que mostraban a los vasallos indefensos y solicitando apoyo a la majestad divina del Rey, en el contexto de un discurso que relata la catástrofe como designio divino. Designio que, incluso, fue apelado como castigo y utilizado como reivindicación política, conjurando un destino particular para un grupo de elegidos que habían superado las pruebas establecidas por Dios.

Los últimos capítulos de esta segunda parte apelan a las experiencias que se asocian con el vivir en un paisaje de catástrofe, acumulando fragmentos de memorias del pasado que mantienen una continuidad de vivencias fatídicas, las cuales se reconstruyen en relatos históricos y memorias que serán eternizados en el proceso de subsistencia y construcción continua de una identidad marcada por el desastre.

La parte III, “Memorias, representaciones y circulaciones del discurso catastrófico”, contiene una serie de capítulos que refieren justamente al modo en que estas memorias de la catástrofe, consolidadas en la escritura oficial ya desde 1647, se transmiten a lo largo de la historia. Desde el “primer” gran terremoto que asoló Santiago, las palabras e imágenes recurrentes se transforman en una cierta memoria telúrica, al decir del autor, plasmada en una serie de poemas, sátiras y memorias personales que escriben, discuten y transmiten el recuerdo de los terremotos, constituyendo así un devenir histórico que no será puesto en duda, sino afirmado a lo largo del tiempo. El autor analiza un cuadro de Annedore Köster, de 1996, inspirado en un cuento escrito dos siglos antes. Asimismo, menciona la composición de Próspero Bisquertt, músico chileno que escribió una sinfonía en 1931 titulada “Procesión del Cristo de Mayo”, en referencia a la reliquia venerada en Chile que fue así llamada luego del 13 de mayo de 1647.

Como señala el autor siguiendo a Michelle Guerra, representaciones de origen tanto oral, como escrito (relatos, poemas, cartas) o artístico, “sirven como medios para poder leer las memorias de un evento, pueden transformarse en sí mismas en un suceso. Esto ocurre, sobre todo, en el caso de las expresiones artísticas, que devienen ellas mismas en acontecimiento cuando son presentadas en público.” (p. 332). En este sentido se analizan memorias personales, remembranzas religiosas y el relato de los terremotos que realizará la historiografía decimonónica, la ciencia y la prensa. En estos diversos discursos, señala Onetto Pavez cómo el uso del recuerdo sísmico se constituye también en un juego de olvidos, que marca distinciones en la rememoración, caracterización y consideración de los temblores, sismos y terremotos en la memoria y representación de estos acontecimientos. Distinciones y olvidos que apuntarán a construir una identidad de Nación marcada por la resistencia a la catástrofe.

La sección finaliza con un estudio de las iconografías y conmemoraciones de los terremotos que hasta el presente articulan el recuerdo de las grandes catástrofes acontecidas entre los siglos XVI y XVIII, en especial, mediante acontecimientos religiosos, elementos artísticos y registros audiovisuales que, en épocas más recientes, apelan a la memoria de dichos desastres, fundantes de la memoria colectiva chilena.

En sus “Consideraciones finales”, el autor destaca el análisis de las dimensiones de la Memoria, la Historia y el Olvido en Chile. En particular, cómo la tarea de estudiar fragmentos de estas dimensiones permitió mostrar que “los terremotos de aquellos años configuraron y conectaron espacios, percepciones y temporalidades que influyeron en la conformación de prácticas y representaciones que hasta la actualidad se pueden apreciar.” (p. 421). Finaliza el apartado con una pregunta abierta, que quizás sea la guía de futuras investigaciones que completen en cierto modo el círculo de sentido que Onetto Pavez ha comenzado a trazar desde su propia mirada a la catástrofe: considerar que no solo esta ha sido el gran punto de encuentro para los chilenos a lo largo de su historia, sino además estas constantes formas de olvido que, citando a Ricoeur, se transforman en disposiciones instaladas en el tiempo.

A modo de conclusión propia sobre el trabajo del autor, solo puede indicarse como aspecto a superar, aunque se trate de una carencia salvable y entendible en virtud de la especialización del autor, la definición un poco vaga del significado de Chile como territorio en el momento histórico al que se refiere el libro. Los mapas se incluyen a modo de ayudas visuales, que apuntan a mostrar la situación de las ciudades y su lejanía entre sí, y no necesariamente contextualizan el “Chile” de los siglos XVI a XVIII.

Por otro lado, es de señalar el tratamiento de las fuentes y bibliografía como elemento que destaca ya desde las primeras páginas del libro. El análisis muestra el desarrollo de años de investigación constante y dedicada, visibles en la abundancia de materiales estudiados y en la profundidad que evidencia una tarea guiada por el auténtico interés, que se manifiesta en la claridad de la exposición y el brillo, si se quiere, que adquiere a lo largo del trabajo el desarrollo del proceso de investigación al que el Dr. Onetto Pavez ha dedicado su vida académica.

 

 

 

Fecha de recibido: 25 de agosto de 2017
Fecha de aceptado: 26 de agosto 2017
Fecha de publicación: 29 de diciembre de 2017

 

 

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