Geograficando, 2014 10(2). ISSN 2346-898X
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Departamento de Geografía

ARTÍCULOS/ARTICLES

 

Cuando la ciudad habla. Pensando el capitalismo tardío, el crimen y lo urbano a través de The Wire

 

Diego Labra

CISH - IDHICS. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación. Universidad Nacional de La Plata
Argentina
diegolabraunlp@yahoo.com.ar

Cita sugerida: Labra, D. (2014). Cuando la ciudad habla. Pensando el capitalismo tardío, el crimen y lo urbano a través de The Wire. Geograficando, 2014, 10 (2). Recuperado de: http://www.geograficando.fahce.unlp.edu.ar/article/view/Geov10n02a03

Resumen
The Wire, la serie concebida por David Simon a comienzo de la década pasada y emitida por HBO, es una de las pocas que puede presumir de ser llamada la mejor ficción creada para la televisión. Pero más allá de sus bondades artísticas, o precisamente por ellas, la mirada expansiva y total que realiza el programa sobre Baltimore, Maryland, en vísperas de nuestro siglo invita a que la utilicemos como punto de acceso para pensar el capitalismo, el crimen y la cuestión urbana en la actualidad. Pero por sobre todo, elaborar cómo estos términos interactúan en relaciones dialécticas que, en definitiva, producen la ciudad contemporánea.

Palabras Clave: Capitalismo tardío; Economía criminal; Ciudad; Espacio; Inseguridad.

When the city speaks. Thinking late capitalism, crime and urban problematics through The Wire

Abstract
The Wire, the series conceived by David Simon at the beginning of the past decade and broadcasted by HBO, is one of the few that can presume of being called the best fiction ever created for television. But beyond its artistic highlights, o precisely for them, the expansive and total vision the show casts over Baltimore, Maryland at the turn of the century invites to be used as an access point to think capitalism, crime and the urban problem in present times. But above all, elaborate on how this concepts interact in dialectic relations, that in the end, produce the contemporary city.

Keywords: Late capitalism; Criminal economy; City; Space; Insecurity.


Introducción

Émile Durkheim concibió la imagen de la sociedad como organismo a fines del siglo XIX. Eventualmente, el paso del tiempo dejó en el pasado a las metáforas biológicas tan caras a los científicos decimonónicos. Aun así, al mirar The Wire, la serie de televisión creada por David Simon y emitida por HBO en Estados Unidos, su país de origen, entre 2002 y 2008, uno no puede evitar sentir que es eso justamente lo que esta presenciando. La sociedad como organismo, la ciudad viva.

La conexión decimonónica no es vana, pues a la hora de establecer comparaciones, antes de mencionarse otras series televisivas, se recurre a las novelas de autores clásicos como Charles Dickens (Chaddha y Wilson, 2011: p. 166), Émile Zola o Theodore Dreiser (Williams, 2011: 219). El serial se entronca en un proyecto estético más asociado al siglo XIX que a la literatura contemporánea (Chaddha y Wilson, 2011: p. 166; Williams, 2011: 215).

No nos detendremos a desmenuzar su linaje ni las bondades artísticas de su factura, pero es por estas mismas que The Wire hace las veces de hilo de nuestro análisis. En primer lugar, es su vocación total al momento de representar el mundo que ilustra. Jagoda (2011) utiliza la expresión usada por los propios personajes, “soft eyes” u “ojos suaves”, para nombrar esta manera de mirar, que asocia a la “estética del zapping cognitivo” de Fredric Jameson. Una mirada que permita manejar las muchas escalas, sea individuo, familia, ciudad, nación o mundo, comprendiendo sus interacciones y sus autonomías (p. 190).

Este ensayo aprovecha lo general en lo particular que elogian en la serie Chaddha y Wilson (p. 164), para adoptar un tono teórico que no se refiere a ninguna ciudad contemporánea en especial, con la intención de decir alguna cosa cierta acerca de todas ellas. Recurriremos a ejemplos y diálogos de The Wire, no como prueba sino a modo de ilustración, sin nunca olvidar que tratamos con ficción, por más bien informada que esta se encuentre.

Pensar la ciudad hoy

Ciertamente, las ciudades y las sociedades son moldeadas por la historia, y el panorama hoy dista de ser aquel, ya urbano y desmedido, en el cual pensaba Durkheim. Silveira (2008) lo define con la siguiente sentencia. “Cada período histórico puede ser visto como un orden socio-espacial, un momento de la formación socio-espacial”, (p. 14). Pradilla Cobos (1992) bosqueja un escenario urbano y social diferente, signado por años de hegemonía teórica neoliberalismo, especialmente tras la caída del Muro. Las características son conocidas por todos, especialmente para los latinoamericanos: desmantelamiento del Estado, primacía del capital financiero, flexibilización laboral y los subsecuentes daños al tejido social que todo esto provoca.

De allí, el autor colombiano presenta un panorama teórico igual de alarmante, en el que “[e]l idealismo materialista hegeliano, criticado por Marx, renace de las cenizas y se enlaza con Weber y se deforma para justificar la ‘doctrina Reagan” (p. 10), renovando la vigencia de los pensamientos de “inexplicable temporalidad histórica” de Weber, la Escuela de Chicago, entre otros. Plasmado en “las descripciones minuciosas, los estudios de caso, los análisis comparativos poblados de cuadros y gráficos estadísticos, de las estructuras, formas o procesos territoriales, en los cuales la lectura o narración de las apariencias evita y suplanta el análisis de la esencia” (p. 11).

La declamación un tanto panfletaria puede matizarse en grado, más que nada por su fecha, pero sí nos señala en la dirección correcta para nuestro análisis. Los principales insumos teóricos de este escrito (Castells, Davis, Bauman, Jameson) comparten su instinto crítico acerca del capitalismo y su atención por lo histórico, que mana de su asumida o renegada inspiración marxista. Es una vocación que descansa en la misma raíz de la geografía social, a través de sus pioneros Georg y Lefebvre.

Se destaca particularmente la obra de Castells, por lo actual de sus contenidos y lo dialéctico de su análisis, pero por sobre todo por su intento de sistematizar una teoría para el mundo pos revolución de las tecnologías de la información. Integra en la explicación las nuevas tecnológicas, el devenir de los Estados, la desintegración social, el dominio de la economía financiera y la globalización del crimen, los mismos temas con los que imbuye Simon a The Wire, afirmando nuestra convicción de que estos términos sólo pueden ser comprendidos cuando analizados como totalidad.

La serie televisiva agrega inmediatez a los conceptos de Castells, haciendo visible el “espacio usado” como lo define Santos: “...la base material y la vida que la anima, en cooperación y conflicto.” (Silveira, 2008: p. 15). Nos deja ver en la carne cómo las consecuencias más cruentas del capitalismo no son fallas en un sistema de otro modo perfecto, sino el hacer cotidiano de una maquina toda perversa. El daño no es una conspiración de pocos villanos, sino una tragedia que nos involucra a todos (Jagoda, 2011; p. 193-194).

Por este pequeño apartado no debe leerse este trabajo como una defensa de la teoría de Castells, ni siquiera de la profesión marxista. Los autores aquí presentes lo están porque algunos de sus conceptos nos permiten comenzar a pensar problemáticas contemporáneas a partir de lo ficcionalizado en la pantalla. Si Oliver Twist puede ser leído como temprano presagio de la ciudad como hábitat humano, The Wire es testimonio de su doloso languidecimiento.

Un ejercicio audiovisual como The Wire, por las mismas características del medio, permite una sincronía entre el suceder de lo que pasa y el espacio en que pasa sin esfuerzo alguno. Pero esta sincronía no está dada de la misma manera en el análisis de lo social, simbolizado desde la misma división entre historia y geografía. Edward Soja demanda, por este esfuerzo, una “imaginación geográfica y espacial, que le dé al espacio el lugar que le corresponde como parte de una teoría social crítica” (Guzmán Ovares, 2007: 37).

Capitalismo tardío y el crimen

Los tiempos que corren son aciagos para el puerto de Baltimore. Alguna vez colmado de barcos y de la mercancía que descargaban, así como hogar de un astillero hace tiempo desmantelado, los estibadores ahora sobran y su sindicato lucha por la supervivencia. La desesperación lleva a un líder sindical, Frank Sobotka, a negociar con criminales en pos de acelerar la remodelación del puerto ¿Qué pasó con aquel mundo maravilloso, donde en palabras de Sobotka, “en el país se fabricaban cosas” en lugar de “meter la mano en el bolsillo del otro”?

La crisis capitalista mundial de 1973 y la desindustrialización posterior devastaron ciudades como Baltimore, y dejaron un saldo de desempleo y exceso migratorio (Chaddha y Wilson, 2011: p. 172). También se retiró el Estado, con políticas de recorte al gasto social, desde el “New Federalism” de la administración de Reagan hacia adelante. La ciudad se quedó sin recursos para enfrentar las consecuencias de la crisis (Chaddha y Wilson, 2011: p. 179-180).

Según Jameson (2001), esos años fueron las vísperas del capitalismo tardío, entendiendo por ello el transito de la forma clásica conocida hasta mediados del siglo XX (Estado Nación, economía industrial, etc.), a una “sociedad postindustrial”, “sociedad de consumo”, “sociedad de los media” (p. 2). En Estados Unidos, la generalización universal de la industria que es esta etapa produce "desindustrialización, como resultado del traslado (no desaparición) de la producción industrial a otras regiones del mundo, [y] elimina puestos de trabajo en la manufactura, [...] que constituía la espina dorsal de los Estados Unidos trabajadores” (Castells, 1998b: p. 160).

Cada “sociedad afrontará sus problemas según su estructura social y proceso político” (Castells, 1998b; p.155). El efecto se hace más visible en los sectores y espacios que durante los años del keynesianismo fueron protegidos por el Estado de las peores consecuencias del capitalismo. Un ejemplo es el gueto negro norteamericano, uno de los escenarios principales en el drama en The Wire. Como resultado de las demostraciones de insatisfacción social que sacudieron la década del ´60, las familias afroamericanas más preparadas pudieron escapar del gueto sobre la base de la política de “affirmative action” y su propio esfuerzo. Pero atrás quedaron atrapados “a mayoría del tercio de negros pobres (y más del 40% de los niños negros)” (Castells, 1998b: p. 170-171).

Con raíces profundas, y negocios que llegan más allá del barrio, una economía criminal de nuevo temple se inserta en el gueto. "[E]l delito global, la interconexión de poderosas organizaciones criminales y sus asociados en actividades conjuntas por todo el planeta es un nuevo fenómeno que afecta profundamente a la economía, la política y la seguridad...” (Castells, 1998b: p. 193). Con una organización “característica de la era de la información" (p. 196), el nuevo crimen global hace de su “modus operandi” la "flexibilidad y versatilidad" (p. 206), y saca rédito monetario de su posibilidad de ignorar por completo la legislación laboral e incluso los derechos humanos más básicos.

Aun así, la “economía criminal” aparece como la única oportunidad de supervivencia para muchos. El crimen se inserta en los vacíos dejados en la sociedad por las transformaciones del capitalismo, y detrás de él, del Estado. En la serie, la pandilla Barksdale domina el tráfico de drogas en el lado oeste de la ciudad. Los residentes negros y pobres permanecen aislados de la economía legal, así como del resto de la ciudad en general, y sólo les queda recurrir al delito. (Chaddha y Wilson, 2011: p. 174). Confluyen así en la conformación de estas organizaciones las últimas tendencias del capitalismo más despreocupado por el impacto social, los desarrollos tecnológicos que las permiten conectarse y globalizarse, el achicamiento del Estado que deja espacios de regulación social vacante, y la violencia y degradación de la vida social que son consecuencia de todo ello.

Manuel Castells (1998a) describe cómo los cambios tecnológicos, sociales y políticos rápidamente disuelven el monopolio del Estado. “El control estatal sobre el espacio y el tiempo se ve superado cada vez más por los flujos globales de capital, bienes, servicios, tecnología, comunicación y poder” (p. 271-272). “La teoría del poder, en este contexto, reemplaza a la teoría del estado...” (p. 336), y el crimen global organizado, tan conectado como descentrado, es un nuevo actor de peso. "La globalización del crimen subvierte aún más el estado-nación, transformando profundamente los procesos de gobierno y paralizando en muchos casos al estado" (p. 288).

La misma lógica global rige las organizaciones mayores, que articulan células criminales locales "con arraigo nacional, regional y étnico, la mayoría con una larga historia, enlazada con la cultura de países y regiones específicos, su ideología, sus códigos de honor y sus mecanismos de vinculación" (p. 197). De la misma manera que el capital legal, "su estrategia consiste en ubicar sus funciones de gestión y producción en zonas de bajo riesgo, donde poseen un control relativo del entorno institucional, mientras que buscan mercados preferentemente en las zonas de demanda más rica" (p. 195) para ubicar su mercancía "que recibe valor añadido precisamente por s prohibición en un entorno institucional determinado" (p.194). Según Tokatlian (1999), “en la medida en que existan bienes y servicio demandables por el público y que, sin embargo, permanezcan prohibidos o sean declarados ilegales, siempre existirán los incentivos, las oportunidades y las condiciones para que prosperen modalidades de criminalidad” (p. 2).

Cuando Mandel presentaba el capitalismo tardío como “una etapa del capitalismo más pura que cualquiera de los momentos precedentes” (Jameson, 2001: p. 2), no pensaba en la economía criminal y los capitales sucios. Pero esta parece con el tiempo una interpretación apropiada. En una era moldeada por la libertad despreocupada del capital, la economía criminal es la que vive más fiel por ese ethos: maximización de ganancias a cualquier costo y el triunfo final de la mercantilización del mundo, incluso la vida humana.

La economía criminal no es una actividad marginal y paralela, sino que está inserta en el sistema, actuando en tándem junto con la economía legal. Integrada, como la industria local por ciudades o sectores abandonadas por el Estado y el capital legal, dinamizan y da trabaja al ejercito de lumpenproletarios que allí habitan. Financia campañas de políticos y obras públicas, favoreciendo ciertas políticas públicas por sobre otras. En la escala creada por Stier y Richards, esto sería descrito como el “nivel último, el “simbiótico’”. El crimen organizado es, a todos los efectos, “un nuevo actor con fuertes atributos de poder e influencia que busca legitimar su presencia en la sociedad” (Tokatlian, 1999: 37-38).

A través de “la madre de todos los delitos: el blanqueo de dinero”, “la economía criminal se conecta con los mercados financieros globales, de los cuales es un componente considerable y una fuente de especulación constante” (p. 288). Llega, según un estudio realizado por la ONU en 1994, a 750.000 millones de dólares blanqueados por año (p. 8). De maneras sutiles, las economías ilegales y legales interactúan en una relación que excede el flujo de capital. Por ejemplo, una próspera actividad de la economía criminal es el contrabando de inmigrantes en países del Primer Mundo con sistema de migración restringida.

En un análisis integrado de la economía en su totalidad, la legal y la ilegal, pensar la segunda con todas las herramientas del materialismo dialéctico permitiría romper la unicidad engañosa de la categoría criminal y ver en términos de explotados y exploradores ¿Existen relaciones de producción desiguales en el mundo criminal? ¿Clases entre los delincuentes? The Wire nos muestra el West Side de Baltimore como un mundo complejo y jerarquizado (Chaddha y Wilson, 2011: 172).

El crimen y la ciudad: Política pública e inseguridad

La ciudad, en cuanto unidad política, se presenta como la última línea de acción para todos los problemas sociales. Esta afirmación se ve subrayada cuando el Estado Nación que la contiene se halla trastocado por la escala global, con sus actores y capitales trasnacionales, que operan sobre lo local sin atravesar otra intermediación (Manzanal, 2007: p. 17). La ciudad misma ya no es su propio espacio, sino un lugar en constante transacción entre lo local y lo global. Una “dualidad contradictoria”. Contiene en sí “procesos” y “redes” tanto transnacionales como específicamente autóctonos; “reflejan problemáticas que se registran en un número cada vez mayor de países o ciudades [...] pero además evidencian problemas propios, de repercusión circunscripta a lo local, regional o nacional” (p. 18).

“[M]ientras el capitalismo global prospera y las ideologías nacionalistas explotan por todo el mundo” (Castells, 1998a: p. 272), y “la globalización del crimen” lo subvierte aún más (p. 288), “el estado-nación, tal y como se creó en la Edad Moderna de la historia, parece estar perdiendo poder, aunque, y esto es esencial, no su influencia” (p. 272). A esto mismo se refiere Warren (2011) en su crítica a la lectura de The Wire realizada por Chaddha y Wilson, donde señala que el proceso de degradación urbana es una tragedia, pero también es en sí mismo un crimen (p. 205).

No hay, según el autor, desidia sino una voluntad política específica. El Estado usado como arma contra los pobres en el recrudecimiento de la guerra de clases que trae la crisis. El espacio como el campo de batalla, forjado a fuerza de políticas dirigidas. “El urbanismo es una herramienta de gobierno de la ciudad y su puesta en práctica está articulada a las relaciones de poder; tanto en el mantenimiento de la atomización de los ciudadanos como en su reagrupación dentro de espacios controlados. El urbanismo permite mantener aislados y juntos a los habitantes de una ciudad” (Debord, 2003 en Carrión Mena y Núñez-Vega, 2006: p. 13).

El peso de los medios y de la opinión pública sobre la gobernabilidad es un problema muy presente en la serie. Cerca de su retiro como comandante de policía, Colvin decide ensayar un experimento sociológico fundando una “zona libre”, un espacio aislado y controlado donde los dealers y los drogadictos puedan hacer sus transacciones sin miedo a ser detenidos por la policía. Cuando los medios y la dirigencia política conocen esta iniciativa, cabezas ruedan, entre ellas la de Colvin. No es posible aún pensar más allá de la lógica del prohibicionismo (Tokatlian, 1999: p. 3-4), aunque su validez es una pregunta difusa que se sostiene a lo largo de toda la serie. En el nombre del fantasma de las estadísticas de crimen, desde el poder ejecutivo de la ciudad, a su vez presionado por los lideres comunales y los votantes, se les demandan a los altos rangos de las fuerzas policiales resultados contundentes y televisables. El resultado no puede ser otro que fraude estadístico y políticas cortoplacistas que garanticen espectáculo en las noticias.

La guerra contra la criminalidad, y el miedo que se encuentra detrás es un problema bien conocido en las sociedades latinoamericanas. “El sentimiento de seguridad o inseguridad es algo más que la ausencia o presencia de delitos: es una percepción y como tal una construcción social” (Lahosa 2002: s/p). Carrión Mena y Núñez-Vega (2006) afirman, a partir de su estudio de grandes capitales de América del Sur, que la ciudad “es soporte y productor de imaginarios del miedo a través del olvido, del deterioro y del tránsito”. Como un “eco”, lo aislado se vuelve sensación general debido, por un lado, a “la constante existente de su ubicación en lugares céntricos de la ciudad y, por otro, a la existencia de información procesada y a la presencia en los medios de comunicación con sus políticas explícitas” (p. 9).

La construcción o el uso de cierto sentido común o experiencia inherente a la vida urbana contemporánea puede resultar provechoso, sea logrando el aval a cierta política pública, sea aumentando los ratings y el precio de la publicidad. “La estadística no es la simple representación cuantitativa de una realidad social, es también una creación que sirve para devolver al conjunto de la sociedad una imagen codificada de sí misma, sea para controlarla y catalogarla o modificarla”. Las estadísticas son maleables y pueden resultar en su uso tanto “estrategia de dominación” como “táctica de defensa” (Carrión Mena y Núñez-Vega, 2006: p. 7).

De esta manera, las voluntades políticas determinadas en multiplicar las ganancias a cualquier costo social necesario, cuentan con el miedo como una potente arma en su repertorio. La “institucionalización del miedo urbano” (Bauman, 2003: p. 135), que no surge “de modo repentino” sino es “el resultado de complejos procesos situados en el espacio, vinculados a la misma dinámica transformadora de la realidad citadina” (Pyszczek; 2011: pp. 5-6), conlleva la “criminalización de la pobreza” (Bauman, 2003: p. 142). El teórico social se esta refiriendo aquí a la asociación unívoca y arbitraria entre el pobre y el criminal. Pero en el contexto de este trabajo, adquiere otro matiz, al arrinconar a los sectores más dañados por el capitalismo neoliberal hacia una vida criminal como su única opción de supervivencia.

Capitalismo tardío y la ciudad

La historia prueba que “no podemos evitar el vivir en ciudades”, y es “notable la tenacidad con que los hombres de ciudad de nuestro tiempo se han aferrado a sus ciudades. Pues, después de la destrucción casi total de las mismas, no las han abandonado ni han emigrado al campo’” (Juaristi, 2004; p. 270). La urbe se presenta, si no como última unidad de análisis, como un observatorio ideal para percibir dónde la totalidad se explaya en lo particular. Es escenario pero también es actor. Un factor concomitante de lo que acontece en su interior. Es “territorio”, y “espacio” en el que se despliega una determinada “territorialidad”, siendo esta “las relaciones de poder que se ejercen en el territorio en cuestión y ello no implica que tengan que ejercerse necesariamente a través de actores y/o sujetos localizados efectivamente en dicho espacio” (Manzanal, 2007: pp. 40-41).

Nunca en igualdad se despliega la puja, porque es espacio socialmente dividido, en “términos de clase o estratos sociales, pertenencia étnica, características racia­les y preferencias religiosas”, u “otros rasgos de carácter sociodemográfico” (Duhau, 2013: p. 80). Es el mismo “capitalismo urbano industrial”, el cual “tiene una tendencia creciente a producir y reproducir un desarrollo geográfico desigual” (Guzmán Ovares, 2007: p. 38). Los albores del nuevo siglo encuentran también nuevas formas en que estas afirmaciones analíticas se manifiestan. “En el último tercio del siglo XX se dio la caída de la producción manufacturera, una fragmentación del proceso de trabajo y unas estrategias de abaratamiento o de flexibilidad de la producción”. Como resultado, la clase media se vio debilitada y hace su aparición “una infraclase dependiente de la sociedad de bienestar” (Guzmán Ovares, 2007: 38).

Castells (1989) complejiza ese proceso que relaciona capitalismo, ciudad y desintegración social al desagregar cuatro tendencias que operan en forma entrelazada: “[e]l declive de algunas industrias y la creciente obsolencia de un segmento de fuerza de trabajo semicualificada”; “[e]l dinamismo de dos macrosectores, uno en servicios avanzados y el otro en industrias de alta tecnología”; “[e]l crecimiento de actividades industriales de bajo nivel, muchas de ellas informales”; y “[l]a expansión e actividades informales y semiformales estimuladas por el dinamismo económico general” (p. 293).

Nace lo que el autor bautiza la “ciudad dual”, no “simplemente la estructura urbano-social resultante de la yuxtaposición de ricos y pobres, de ‘yuppies y homeless’, sino el resultado de procesos articulados de crecimiento y declive”. La sociedad se diferencia y fragmenta hacía su interior. “Parte de la fuerza de trabajo excedente es reciclada en la estructura dinámica de la nueva economía informacional, mientras el resto abandona la fuerza de trabajo formal, para ser distribuida entre los asistidos sociales, la economía informal y la economía criminal” (p. 294). La economía formal y la informal, igual de dinámicas, producen un mercado de trabajo también dual (p. 318).

La convergencia de los procesos resulta en una condición fundamental “de la ciudad dual: su rol en la reestructuración y desvertebración en la formación de clases sociales” (p. 321). El “dualismo estructural” no se traduce en “dos mundos sociales diferentes, sino una variedad de universos sociales cuyas características fundamentales son su fragmentación, la clara definición de sus límites y el bajo nivel de comunicación entre dichos universos” (p. 319).

Arrecia “la devaluación y degradación de la vida pública en las ciudades, así como del sentido anodino que tienen los espacios públicos”. “La calle, las plazas, los boulevards, los parques, etc., tienen cada vez menos el carácter de lugar de encuentro y de desarrollo de la vida ciudadana, para convertirse en lugares de paso entre otros lugares (fundamentalmente, entre el hogar, al lugar de trabajo y los lugares de consumo)” (Juaristi, 2004: p. 275).

La mercantilización de absolutamente todo avanza. Traducido en términos de espacio, los lugares públicos son pensados como válvulas de escape a la presión social; jardines burgueses donde las clases podrían fraternizar sucumben ante el doble empuje de la privatización. Los capitales desatados de fin de siglo, legales o ilegales, empujan dispuestos a lucrar con lo que antes estaba fuera de su alcance. El miedo se presenta sin remedio, pues la percepción social de la amenaza se convierte en el factor en sí mismo, más allá del crimen. Como resultado de la subsecuente cruzada por la seguridad, el espacio publico es destruido (Davis, 1996: pp. 160 y 161).

En los bajos de la Baltimore de The Wire, contradictoriamente, la vida aún se vive en la calle. Mas no son las aceras y esquinas que añora Jacobs, donde los niños juegan sanamente y la vida comunal se despliega sin interferencia (en Juaristi, 2004: 275). Sino que estas tienen dueño, informal y concretamente, en el narcotraficante de turno. Son lugares de negocio, en los que se llevan a cabo transacciones ilegales, con toda la violencia que pueden llegar a implicar.

Según Zygmut Bauman (2003), “[las] cárceles son guetos con muros, en tanto que los guetos son cárceles sin muros” (p. 143). Mientras los ricos eligen aislarse en “el lujo perfumado de los ‘cuasi-guetos’”, los pobres están atrapados en los guetos reales. “[L]a guetificacion es parte integral del mecanismo de tratamiento de residuos que a veces se pone en marcha cuando los pobres ya no son útiles como un ‘ejercito de producción de reserva’”, en un proceso “paralelo y complementario” a la ya mencionada “criminalización de la pobreza” (p. 142). Compartir la miseria no hermana a los hombres, sino que cultiva la frustración y el odio. El gueto significa la “imposibilidad de la comunidad” (p. 145). Porque el espacio son las veredas, las esquinas, mas no el cemento y las baldosas. Es el modo en que la gente piensa y usa esos hitos urbanos.

Si el lenguaje evidencia las estructuras de “cómo nos movemos en el mundo” (Gorbán, 2008: 50), dice mucho que los gangster en The Wire llamen “real estate”, bien inmueble, a las esquinas y veredas que se apropian por la fuerza, pagando dinero o sangre. Harvey conceptualiza el proceso de avance de lo privado sobre lo público, en terminología marxista, como el progresivo triunfo del “valor de cambio” de la “comunidad del capital” por sobre el “valor de uso” de las comunidades de la vida urbana. Según el norteamericano, la conciencia urbana en el capitalismo no es otra que una “determinada estructuración de las relaciones” entre los medios en los cuales tiene lugar “‘urbanización de la conciencia’”, plagada de “fetichismos”.

La respuesta de los ricos es construir “el equivalente de un refugio nuclear personal; denominan ‘comunidad’ al refugio que buscan. La ‘comunidad’ que buscan equivale a un ‘entorno seguro’, libre de ladrones y a prueba de extraños”. La “comunidad” como lo opuesto a sí misma, “equivale a aislamiento, separación, muros protectores y vejas con vigilantes” (Bauman, 2003: p. 135). El gueto voluntario se autoperpetúa. Mientras más seguro se siente adentro, mas horrible parece el afuera.

La descripción que hizo Engels del Londres decimonónico como el lugar donde la guerra social ya estaba declarada (Engels, 1996: p. 48) recupera actualidad. Debajo de la superficie, la “cuestión ideológica” subyacente a la “cuestión urbana” es invisibilizada, por un lado, por “...la cultura dominante [que] enmarca su carácter de clase”, tanto como cultura general y como “evolución casi necesaria, puesto que viene determinada por el modo de relación con la Naturaleza” (Castells, 2004: p. 472). Por el otro, por el carácter estructuralmente “pluriclasista” de “las contradicciones sociales ‘urbanas’” (Castells, 2004: p. 474-5). La atención se fija “en las apariencias superficiales de las cosas [...] sin entrar en las fuerzas sociales que producen esas relaciones” (Harvey en Juaristi, 2004: p. 274).

Por sobre la superficie, la ciudad aparece como un conflicto civil constante, sea la guerra contra las drogas, contra el crimen o contra la pobreza. De ser llamada guerra sería de un nuevo tipo, porque como señala el oficial Carver en el primer capítulo de The Wire, las guerras terminan y la batalla por la ciudad no tiene punto final. Se plasma en el espacio, como lamenta Davis (1996), una militarización de la vida urbana, la vida en “ciudades fortaleza”, donde la “Segunda Guerra Civil” que empezó en los ’60 fue institucionalizada en el mismo espacio urbano (p. 160).

A modo de conclusión

Los aspectos que aquí buscamos presentar como relaciones separadas en realidad representan caras de un mismo proceso, como evidencia la constante superposición de autores y temas en las pretendidas secciones. La consolidación de la economía criminal debe tanto a las reestructuraciones del capitalismo como al beneplácito político de los poderosos; a la cultura de la inseguridad que afianza la posición prohibicionista, como al abandono urbano que propicia los territorios perfectos para el despliegue de su poder. Igual de cierto sería decir que la imperante sensación de inseguridad que enferma a las sociedades urbanas contemporáneas tiene asidero tanto en el peligro real de la violencia del nuevo crimen organizado como en la manipulación de experiencias de la vida urbana por parte de intereses políticos y económicos que la utilizan para modificar el paisaje urbano como mejor les parezca.

Desde cualquier arista de esta relación dialéctica multipolar podemos llegar a otra. Sólo teniendo en cuenta todas ellas, un análisis puede aspirar a ser satisfactorio. Primero, el crimen organizado flexible y transnacionalizado, y su lugar en la economía capitalista global no como un parásito sino como parte integral de ella insertándose en espacios cedidos por el Estado. Segundo, el gobierno y sus políticas públicas, plasmando en el espacio la cultura del miedo, sea por la voluntad explícita de la clase dominante en cuyas manos descansa; por ineptitud al intentar transformar el statu quo de la sociedad con políticas asistencialistas de corto plazo; o por la imposibilidad de emprender proyectos de largo alcance, que encuentran trabas desde la gobernabilidad a la misma estructura capitalista global. Tercero, las ciudades sobre las que se despliegan estos procesos, no como escenario inerte sino también como factor activo que retroalimenta o tuerce las transformaciones. Y cuarto, el capitalismo mismo.

¿Quién gana? ¿Los ricos, los narcotraficantes, los políticos? Promediando la cuarta temporada, el policía devenido profesor de escuela secundaria Roland "Prez" Pryzbylewski se encuentra al final de su día, mirando un partido de fútbol americano. Su esposa le pregunta quién está ganando. Nadie gana, responde él: es sólo que un lado pierde más lentamente.

Bibliografía

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Recepción: 27 de mayo de 2014.
Aceptación:
16 de julio de 2014.
Publicado: 10 de diciembre de 2014.

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